lunes, 18 de octubre de 2010

Aceptemos nuestras culpas y errores

Navegando por la red y recibiendo correos electrónicos, sobre todo esos que suelen ser molestos a los que llamamos cadenas, he ido viendo en cada uno ciertos criterios coincidentes y otros no tan agradables, en toda esa avalancha de información y opiniones he notado, que quizá nos falta hacer una retrospección como individuos que formamos parte de familias que a su vez conforman sociedades o comunidades que en su conjunto nos hacen parte de nuestro país, y por duro que parezca lo que a continuación van a leer, que es un compendio de muchas opiniones vertidas, sumadas las mías, es posible que en el fondo sea esto lo que nos esté pasando.

Vivimos en un país donde las “empresas privadas”, a más de ser fuentes de trabajo, son tomadas como papelerías particulares de empleados “sapos”, que se llevan para su casa, hojas de papel, bolígrafos, lápices y todo lo que pueda hacer falta para la tarea de sus hijos, entre otras cosas.

Donde es muy común ver a la gente escupiendo en las calles, pensando que es algo muy normal, lanzamos cualquier desperdicio sin ningún cargo de conciencia y para cuando las lluvias llegan, salimos en sagradas manifestaciones a quemar llantas para que nos limpien las alcantarillas.

Padecemos de una verdadera burocracia dorada invisible, que sobrevive y hasta ayuda a desestabilizar a los gobiernos de turno, que nunca aparece en primer plano pero que ata y entorpece el accionar de los ministerios con sus cada vez más descabelladas “conquistas laborales” que pone en jaque a cualquier presupuesto, cuyos puestos han sido siempre hereditarios a perpetuidad y que ha sido el primer recurso de los gobernantes de turno para saldar deudas electorales.

Donde la gente se cree avispada si logra sacar gratis servicios y ventajas que deberían ser pagadas como aquel “inteligente” que se apropia de la señal de cable del vecino que según él es “un tonto” pudiéndolo sacar gratis. Donde se falsean contabilidades y se inventan declaraciones ficticias para pagar menos impuestos. Vivimos sumidos en el cáncer de  la impuntualidad, que es un mal hábito. ¡Qué me dicen de los empresarios que como sanguijuelas explotan a sus colaboradores y no se preocupan por mejorar su capital humano, los que los hacen más ricos, o aquellos que hacen firmar documentos en blanco a sus empleados so pena de perder el empleo.!

¡Qué me dicen de nuestros asambleístas! que “trabajan” unos pocos meses al año solo para aprobar reformas y leyes, muchas de ellas prefabricadas desde la presidencia,  que lo único que hacen es hundir más y más a los que no tienen, complicar gravemente a la clase media y beneficiar groseramente a reducidos círculos cercanos al poder de turno.

Aceptemos que este es un país donde las licencias de manejo y los certificados médicos se obtienen sin mediar rigurosos exámenes. Donde usamos el gas subsidiado para negocios privados robándole al país por esta actividad. Donde los dueños de viviendas formales pagamos un servicio de electricidad mayor para compensar la energía que se “roban” con conexiones clandestinas en los “barrios pobres”. Donde la gasolina que nos venden llega a los tanques de nuestros vehículos con su buena porción de agua o kérex. Donde aún tenemos que subirnos al colectivo al andar y si se sube un anciano, minusválido, mujer embarazada o con niño en brazos, el que va sentado se desentiende para no tener que ceder su puesto. La tan publicitada solidaridad es una mentira, la entendemos solo como un camino de una sola vía, siempre y cuando no tengamos que dar nada a cambio por ella. Somos envidiosos, odiamos compartir, no queremos dar nada a nadie. ¿Cuántas veces no nos ha tocado correr despavoridos porque la prioridad es para el automóvil y no para el peatón?

Este es un país donde sus habitantes están llenos de fallas, faltas, podredumbre y doble moral, pero que disfruta criticando a sus gobernantes de turno.  Somos duros críticos de nuestras autoridades pero eso sí, para nada cuenta eso si logramos conseguir por la izquierda las preguntas de algún aporte para pasar de año, la certificación que nos haga coger el Bono de la Dignidad, quizá un certificado falso para pagar menos pensión alimenticia, salvarnos de una multa o para evadir alguna obligación, valernos de algún  amigo en la cola del banco para que nos depositen y no tener que hacerlo, donde las mujeres se embarazan para delinquir, para reclamar pensiones alimenticias o para vivir de la limosna que su prole le pueda ayudar a obtener.

Mientras más le protestamos a nuestros gobernantes, somos mejores ecuatorianos, sin contar que quizá recientemente hicimos tonto a alguien, copiamos en algún examen, cobramos el Bono de la Dignidad sin merecerlo, pagamos menos de lo que debiéramos una pensión alimenticia o le dimos para las “colas” a algún funcionario para que no paguemos una multa.

Somos testigos de cómo grupos de resentidos, sean estos raciales o económicos, con el pretexto malsano de decir que son minorías pretenden imponer sus conveniencias y asegurarse ventajas para sí mismos sin importar que forman parte de un gran todo llamado Ecuador y que sin mediar remordimiento de por medio quieren ser estados dentro de nuestro propio Estado.

Con estos antecedentes ¿a alguien le queda duda que merecemos los gobernantes que hemos padecido? ¡No creo!... En el fondo quiero creer que somos mejor que eso, a pesar de todo tenemos muchas cosas buenas solo que no salen a flote.

Tenemos que combatir la “viveza criolla” que como parte de nuestra idiosincrasia se ha hecho una costumbre, debemos desechar la deshonestidad a pequeña escala que como una semilla maligna crece dentro de cada uno hasta convertirse en frondosos árboles del escándalo y la vergüenza, esa falta de compromiso tan característico de los ecuatorianos es lo que nos ha llevado a este actual estado de cosas.

Más que los Roldós, Hurtado, Febrescordero, Borja, Durán Ballén, Bucaram, Arteaga, Alarcón, Mahuad, Noboa, Gutierrez, Palacio, Correa o cualquier otro gaznápiro que nos llegue a gobernar,  es esa viveza criolla la que nos tiene real y francamente en la recta de la miseria, porque estos no han sido ni más ni menos que nuestros Presidentes nacidos aquí, desarrollados en lo que criticamos, que aprendieron las mañas que todos hemos visto y aprendido, no son producto extranjero, no son extraterrestres, nosotros los elegimos, son nuestra cosecha, no de otra parte, ¿De qué nos quejamos?

Así sea que lo saquen o renuncie en este momento a cualquier Presidente, el próximo que lo suceda será igual, trabajará sobre los mismos modelos mentales de siempre y sobre el mismo lodo pútrido que como pueblo nos hemos convertido gracias a décadas de descomposición, y a este paso no se podrá hacer nada. Seguiremos quejándonos, seguiremos criticando y lamentándonos. De seguir así, no podemos imaginar, mucho menos garantizar de que alguien lo pueda hacer mejor que los anteriores o el actual mandatario, pero mientras nadie señale un camino real que no esté maquillado por el populismo y las demagogias de las musiquitas combinadas con sensiblerías baratas, utilizando comparsas disfrazadas de bonos pero que no dejan de ser limosnas, seguiremos viviendo la espiral descendente. Necesitamos de ese verdadero cambio que este realmente enfocado en erradicar primero los vicios ancestrales que todos los ecuatorianos padecemos, en mayor o menor medida, pero que sin excepción tenemos como pueblo, mientras no surja ese tipo de líderes nadie servirá para la tarea, ni nos sacará de este pozo.

No han servido estos últimos 31 años de democracia con todos los “salvadores” que habitaron y habitan Carondelet, ni servirá el que pueda venir después del actual si no empezamos a limpiar nuestras almas uno a uno y desde nuestra propia casa. ¿Será acaso que necesitamos de un dictador al estilo Pinochet, para que nos haga cumplir la ley por la fuerza y que por medio del terror lleguemos a parecernos a su país que tanto alabamos ahora? Espero sinceramente que no.

Debemos aprender a desaprender todo lo que nos han enseñado, sea en la calle o por ejemplos vividos en mayor o menor medida, porque en su generalidad es malo y denigrante, necesitamos ese “algo más” que nos negamos a dar como personas y ciudadanos, sea que vivamos en una choza o un palacio. De otra forma estaremos condenados a repetir lo que vivimos ahora.

Ha sido costumbre vivir así. Pero cuando esa mala costumbre, esa idiosincrasia autóctona tan propia de nosotros empieza a pasar facturas tan altas que afecta a nuestras posibilidades como Nación, es una señal inequívoca de que debemos cambiar.

No recemos por el milagro ni pensemos que con solo pedir su dimisión todo se solucionará. Un presidente surgido del pantano que por generaciones hemos creado no podrá hacer nada más que lo mismo que hemos vivido. Es nuestra mentalidad como nación, somos nosotros los que tenemos que cambiar. Por que por décadas hemos visto como aquellos que con vítores llevan a la primera magistratura a alguien, al cabo de pocas semanas se ven desilusionados de ellos y se tornan contra él, ¿Por qué? Porque no hemos aprendido nada aún.

En un estado de cosas como el actual es menester hacer un mea culpa sincero e identifiquemos nuestras falencias y aceptemos que somos los únicos responsables y merecedores de lo estamos viviendo.

Dante López y la conciencia colectiva de la internet.

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